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Post invitado: El lobo de Wall Street, la confesión de Jordan Belfort

El lobo de wall street 2Es una delicia discutir con gente inteligente… incluso más cuando sus opiniones podrían ser completamente contrarias en ciertas cosas. Tal es el caso de Erick Estrada, nuestro cinéfilo favorito y creador de Cinegarage.

Cuando le conté de mi micro-infartito al ver El Lobo de Wall Street, tuvimos una plática buenísima sobre su opinión de la película. Me pareció tan interesante que le pedí que engalanara este blog con un post suyo y él me invitó a escribir un comentario en Cinegarage sobre por qué para mí debería ser «El infomercial del Lobo de Wall Street» y qué lecciones financieras reales creo que se puede sacar de esa película.

Habrá gente que amó la película y otros que la odiaron. Correspondiendo al ánimo debate les dejo la crítica de Erick Estrada, los invito a que chequen el mío en Cinegarage (lo pueden leer aquí) y a que me cuenten ustedes qué opinaron:

 

El lobo de Wall Street

La confesión de Jordan Belfort

Por Erick Estrada
Cinegarage

La autodestrucción no es nueva en las películas de Martin Scorsese. Reflejando un estado similar de su vida cotidiana en esos años, el director de Taxi Driver (y posterior a ella) narró en sus dos siguientes películas procesos en los que la personalidad y la moral de sus pesonajes degeneran rápidamente y de manera oscura, casi bestial.

La primera de ellas fue New York, New York (EUA, 1977) que de manera esquizofrénica y desenfrenada acomoda en una comedia muy seca la rarísima relación entre dos seres que, viéndolos de manera menos aspiracional, no tendrían nada qué hacer en un musical como este.

La segunda historia es aún más clara y mucho más violenta, también con Robert De Niro como protagonista. En Toro salvaje (EUA, 1980) Scorsese inauguraba la década con el retrato de un hombre que se deja a su propio destino y era presa de sus propias pulsiones negativas. El resultado es la caída desde la cumbre más alta casi por voluntad propia.

El asunto, y es lo que nos tiene centrados en el tema, es que ni en una ni en otra Scorsese pretendió hacer una apología ni de los excesos del mundo de la música ni de los del boxeo, sean estos excesos gozosos o no.

Recordemos tambien que don Martin pertenece a una generación de directores americanos acostumbrados, por lo menos en los años setenta en que muchos comenzaron a trabajar, a no consentir mucho al público, a evitar los finales felices y las historias cómodas (era la década en que los héroes desaparecían y en consecuencia tampoco estaban en las películas) y a terminar sus historias de manera abierta e incluso ambigua.

Otra característica escorsesiana: su amor por las historias de la mafia, la pequeña, la grande, la elegante, la callejera, la individual y la de pandilla. Ese amor surge de su enorme conocimiento del tema, uno que circula por sus venas a toda velocidad.

Se ha dicho, por cierto, que en El lobo de Wall Street Scorsese regresa a esos años de poderío juvenil, a ese cine en el que se le notaba puro, galopante. Eso, si debo dar mi opnión personal, es cierto y precisamente por ello debemos entender todo lo anterior para dilucidar si hace o no una apología de la avaricia, si adorna y vende con fiestas y orgías extravagantes la imagen de uno de los personajes más despreciables de la década de los ochenta, causante como muchos de la gran crisis en que estamos sumergidos.

La respuesta inmediata es no. Ubicando a El lobo de Wall Street bajo el paraguas de las características escorsesianas enumeradas se trata de un regreso a lo más característico de director, el retrato de una mafia de cuello blanco en una década en la que todo parecía resplandecer, en la que la incorrección era rampante y en la que era bien visto todo lo que hoy sabemos debió haberse rechazado. Ese retrato está hecho de forma directa, centrado además en un hombre que a pesar de encontrarse en la cima de su propio camino, está irremediablemente sumergido en un grave proceso de autodestrucción. No se trata de un hombre luminoso.

Es, por supuesto, una narración ficcionada y como tal puede ser vista como una metáfora. ¿De qué? Del capitalismo exagerado que nació en los ochenta y que hoy nos tiene pagando, literalmente, las consecuencias.

El tema no es nuevo. Poco antes y después de que Oliver Stone estrenara Wall Street: el dinero nunca duerme (EUA, 2010) y reubicó al no menos desagradable Gordon Gekko (en quien se inspiró Jordan Belfort para actuar como actuó) en el mapa de la crisis universal, muchas otras películas han tocado el tema y no es para menos. Como cualquier arte que se respete, el cine siempre es un reflejo del país que lo produce y del momento en que se produce, y de la misma manera que la Guerra de Vietnam, que la Guerra Civil Española, que la Revolución Mexicana y la guerra contra las mafias de narcotraficantes en México, la debacle económica de 2008 está siendo asimilada y comprendida por la sociedad de Estados Unidos (y del mundo entero) entre otras cosas a través de las historias que cuenta su cine. Scorsese decidió acercarse a ella (impulsado por Leonardo DiCaprio a quien tenemos qué agradecerle más de uno de los últimos logros de don Martin) de manera directa, a través de una cinta biográfica que utiliza el lenguaje cinematográfico de manera impactante. En la metáfora de El lobo… si Belfort se autodestruye, el capitalismo voraz al que representa hace lo mismo. La visión es crítica, violenta, analítica.

Sin juzgarlo, sin establecer sobre Jordan Belfort ningún tipo de juicio moral (recuerden los finales abiertos), Scorsese lo coloca en el confesionario cuando, al comienzo de a película, Belfort mira directamente a la cámara y se sincera con nosotros, escuchas silenciosos e invisibles (como los confesores) de los excesos que está a punto de enlistar. Y quien se confiesa, algo malo ha hecho. En este caso se trata de algo muy malo.

 

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